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Tu diario. Libertad de expresion

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Desalojo
Pedro Biedma. 10.11.19 
Hace tiempo que te marchaste, con disimulo, cabizbaja y derrotada. Hoy quiero aprovechar tu ausencia para narrar, con brevedad, como fue nuestra relación de amor y odio.
No recuerdo cuándo, ni cómo apareciste en mi vida, solo sé que surgiste de la nada y te adueñaste de mi ser.
Al principio agradecía tus esporádicas visitas, tenía una nueva amiga con la que compartir mis desgracias y desventuras. En cuestión de días te convertiste en la voz cantante del dúo, tu silenciosa verborrea me cautivó y sin pensar te doné mi cuerpo, firmamos un contrato verbal e incondicional. Entonces tu actitud cambió radicalmente, tu alegría fingida tornó a la peor de las tristezas, tu simpatía desapareció por completo. Te alojaste en la mejor de las estancias, mi mente, y sustituiste, las ideas que allí guardaba, por otras cargadas de pesimismo y desesperanza. No satisfecha, bajaste hasta mi corazón y con balas cargadas de dolor, aniquilaste mis recuerdos, alegrías y esperanzas. Tus celos me llevaron a obviar a los míos, tu poder de persuasión consiguió que llegase a odiarlos. Al cabo de dos años de nuestra tormentosa relación, cometiste un gran error, ahí comenzó a fraguarse tu derrota. Era una fría noche de invierno, tus palabras retumbaban en mis oídos, repetías una y otra vez:
•    Vivir no tiene sentido, tu única salida es morir y lo tienes al alcance de la mano.
Una vez más me sedujiste, cogí una caja de ansiolíticos, la que tú señalabas con insistencia, y una a una me las tragué, acompañando cada una de ellas con un trago de ron.
Por suerte los míos no me habían abandonado, al ver mi estado avisaron a los servicios sanitarios que lograron salvar mi vida. Permanecí en el hospital un par de días y después me citaron para asistir a un centro de salud mental. Me negaba a ir, siguiendo tus consejos, hasta que mi hijo pequeño se acercó a mí, y entre lágrimas me suplicó:
•    ¡Papa!, no quiero que te mueras, por favor, acude al psiquiatra, hazlo por nosotros, te queremos con locura.
Alcé la vista y contemplé que detrás de mi pequeño, se hallaban mi esposa y mi hijo mayor, abrazados y emocionados. Entonces apareció el último hilo de valentía que se ocultaba en algún lugar secreto de mi interior, te ordenó callar y me obligó a unirme al llanto de ellos. Me acarició y susurró al oído:
•    ¡Hazlo por ellos!, y sobre todo hazlo por ti.
La mañana siguiente asistí a la consulta del facultativo y con su ayuda comencé a gestar tu desalojo, no resultó sencillo, me volviste a persuadir en varias ocasiones. Tras un año y medio de litigio, por fin se consumó tu desahucio.
•    ¡Ojalá! ardas en el infierno, maldita depresión.

–    GANADOR EN EL XI CONCURSO LITERARIO SOBRE SALUD MENTAL POR EL RELATO “DESALOJO” 25-10-19
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